Siempre que intento pararme de cabeza en yoga, no puedo. Una vez la profesora me dijo que era por el miedo, que tenía que soltarlo, que el cuerpo no se sostiene si la cabeza no confía. Ella se refería a todos los miedos, no solo al de ver el mundo al revés, no solo a dominar el aliento y la mente, sino a los miedos respecto a todo, lo que viene, lo que hubo. Esa frase se me quedó tallada. Tanto, que cada vez que veo a una persona haciendo el paro de cabeza, pienso que en su cuerpo ya no habitan miedos.
Hoy soñé con mi cumpleaños, que es en dos días. Tal vez sea eso lo que me tiene revuelta este mes. No es sino levantarme para que me dé ese malestarcito en el estómago. Últimamente no recuerdo un día en que pase sin algún tipo de dolor en el cuerpo. Lo que sí sé es que antes de dormir lo tengo y cuando duermo el dolor se traslada a mis sueños y me hace dibujar historias que sólo hablan de mí y mis miedos. Le tengo miedo a este día, pero no es el único.
Le tengo miedo a no poder dormir. Cada vez más reafirmo lo que dicen los psiquiatras: sin sueño no hay nada, hay que dormir. Dormir para estar estable, para descansar, para soñar y recrear historias. Dormir cuando se está triste, y para levantarse triste. Dormir es importante, pero no puede ser a cualquier hora. Hay que seguir los ritmos naturales del cuerpo, los que se conectan con la luz y la oscuridad.
Ayer fallé. Me dormí en la tarde. Y soñé. Soñé con el miedo que tengo al cumpleaños que viene. Sé que cada año sucede algo ese día. Alguien inesperado se acuerda de mí y alguien se olvida. Pero esta vez, lo único claro es el miedo a extrañar a una persona.
Pasamos mucho tiempo juntos cuando era niña, nunca tuve hermanos, pero él fue uno para mí. Amaba tirarme en su cama cuando era niña porque su olor me daba mucha paz, era la misma impresión que me daba oler a mi mamá por las noches. Me gustaba jugar con sus cosas, salir con él, a pesar de que con el tiempo nuestros gustos cambiaran tanto y se distanciaran de la esencia de nuestra relación.
Él siempre elegía la mejor torta, y desde entonces mi favorita sigue siendo la última que me regaló. A pesar de eso, con el tiempo noté que nunca se interesó realmente por el dolor de nadie, ni siquiera por sus perros. Ya tiene 39 años y ha tenido cinco distintos, todos comprados, y siempre termina alejándolos cuando algo le incomoda. A Bruno, un golden retriever, lo mandó a vivir a la finca de un primo porque le dañaba el jardín. A Tita, una french poodle, la regaló porque no tenía paciencia para bañarla. A Lucas, un schnauzer, lo devolvió al criadero porque decía que era muy nervioso. Y así, uno tras otro. Siempre ha hecho lo mismo con los perros, y con las personas.
La verdad es que desde hace un tiempo no quiero cumplir años, es como si las fechas que hemos designado para eventos especiales, fueran el día perfecto para recordar los miedos, miedo a la soledad, miedo a la vejez, miedo a saberse real y consciente de que algunas personas ya no están, aunque estén vivas. Por eso a veces el cuerpo de algunas no se invierte, la cabeza no logra confiar en las posibilidades del cuerpo, no puede sobrellevar lo que el tiempo trae.
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